jueves, 29 de agosto de 2013

EL ZORRO Y LA CIGÜEÑA






El astuto zorro quiso un día burlarse de la cigüeña, pues se encontraba muy aburrido; y, para divertirse a costa de ella, le preguntó con amabilidad si quería venir a comer con él. La cigüeña, sin sospechar nada de lo que tramaba el animal, aceptó de muy buen grado y, cuando fue la hora apropiada, se encaminó a casa del zorro, relamiéndose de antemano pensando en la comida que le esperaba. Pero he aquí que, cuando entró, vio al zorro, que ya había preparado la mesa. Sobre el mantel había un plato con alimentos realmente apetitosos; mas en tanto que el zorro devoraba su contenido, la cigüeña, debido a su largo pico, tan sólo pudo coger unas migajas.
Sin embargo, no dijo nada, sino que se limitó a dar  al zorro las gracias por su invitación, y para corresponder le dijo si él, a su vez, quería comer con ella al día siguiente, pensando, en su interior, en el modo de vengarse de la burla del zorro. Éste, creyendo que la cigüeña obraba de buena fe, respondió: 
-Iré con mucho gusto. Ya sabes que nunca hago cumplidos con mis amigos. 

- Muy bien - dijo la cigüeña-. Entonces, te espero mañana a esta misma hora.
Y sin más se alejó, dejando al zorro riendo a carcajada limpia, muy contento por haberse burlado de su vecina.
Al día siguiente se presentó aquél en casa de la cigüeña a la hora acordada, sin pensar ni por un momento en que ésta pudiera burlarse de él; y quedó pasmado cuando vio que sobre la mesa no había más que una botella llena de un sabroso caldo que despedía un olor muy grato. Pero el cuello de la vasija era tan estrecho que el zorro, por más que se esforzó, no fue capaz de tomar ni una sola gota.

Así, pues, el burlador quedó burlado y tuvo que volver a su casa en ayunas con el rabo entre las piernas y las orejas gachas, en tanto que ahora era la cigüeña la que quedaba riendo a carcajada limpia y con el estomago bien repleto.       

Fuente: Fábulas de La Fontaine

martes, 27 de agosto de 2013

LA MUERTE Y EL DESGRACIADO





Hubo una vez un hombre que era tan infeliz, y vivía de un modo tan miserable, que no cesaba de llamar a la Muerte para que pusiese fin a sus desdichas.
Cada día exclamaba :
¡Oh Muerte, que hermosa me pareces! Ven  pronto a acabar con mi cruel fortuna.
Tanto y tanto la llamaba que al fin la Muerte, creyendo hacerle un favor, se presento ante él, después de llamar a su puerta. El miserable, viéndola ante sí, se llenó de espanto y gritó: ¿Qué veo? ¡Sal de aquí! Sólo tu vista me causa horror y pánico. ¡No te acerques! ¡Márchate lejos de mí!

Y el pobre hombre se dio cuenta entonces de que no tenía que haberse quejado de su miseria, puesto que poseía el maravilloso don de seguir viviendo.    

Fuente: Fábulas de La Fontaine

LA TORTUGA Y LA LIEBRE




Es cierto que correr no sirve de nada; lo que importa realmente es empezar a tiempo. Un buen día la tortuga le propuso a su vecina la liebre: ¿que apostamos a que tu no eres capaz de llegar antes que yo a tocar el tronco de aquel árbol? Y al decir esto señalaba una encina situada a unos doscientos metros del lugar donde ambas se encontraban.¿Apostar? dijo la liebre mirándola asombrada. Pero ¿te has vuelto loca? Antes de que tú hayas dado dos pasos, yo tengo tiempo de ir y volver. Loca o cuerda insistió la tortuga, mantengo la apuesta. Entonces respondió la liebre: De acuerdo, pues. Hagámoslo como quieras.
Y así se hizo. Un juez puso junto al tronco que servía de meta los objetos que ambas habían apostado (no importa saber cuáles eran), y muchos animales contemplaron la extraña carrera, convencidos de que la victoria sería de la liebre, pues ésta no tenía que dar más que cuatro pasos de los que acostumbra dar cuando huye de los perros de los cazadores, a los que deja y con la lengua afuera.
Así, pues, como tenía tiempo para comer, para dormir  escuchar de donde venía el viento, permitió que la tortuga partiese con su lento caminar. Ésta no se hizo repetir la orden y comenzó a andar con su calma habitual, dudando sin embargo de su propia victoria; pero la liebre, que tenía en poco la apuesta considero como un asunto de honor el salir algo más tarde y se puso a mordisquear la hierba y a reposar hasta que vio que su compañera alcanzaba casi la meta de la carrera. En aquel momento la liebre partió como una flecha; pues la tortuga, estirando su largo cuello, tocó el tronco de la encina unos segundos antes que ella, ganando así la apuesta. Se volvió entonces hacia la liebre que la miraba atónita, y le dijo: ¡Bueno! ¿Tenía yo razón o no? ¿De qué te sirve tu velocidad? Soy yo quien ha vencido, y eso que llevo la casa a cuestas.         


fuente: Fábulas de La Fontaine