martes, 27 de agosto de 2013

LA TORTUGA Y LA LIEBRE




Es cierto que correr no sirve de nada; lo que importa realmente es empezar a tiempo. Un buen día la tortuga le propuso a su vecina la liebre: ¿que apostamos a que tu no eres capaz de llegar antes que yo a tocar el tronco de aquel árbol? Y al decir esto señalaba una encina situada a unos doscientos metros del lugar donde ambas se encontraban.¿Apostar? dijo la liebre mirándola asombrada. Pero ¿te has vuelto loca? Antes de que tú hayas dado dos pasos, yo tengo tiempo de ir y volver. Loca o cuerda insistió la tortuga, mantengo la apuesta. Entonces respondió la liebre: De acuerdo, pues. Hagámoslo como quieras.
Y así se hizo. Un juez puso junto al tronco que servía de meta los objetos que ambas habían apostado (no importa saber cuáles eran), y muchos animales contemplaron la extraña carrera, convencidos de que la victoria sería de la liebre, pues ésta no tenía que dar más que cuatro pasos de los que acostumbra dar cuando huye de los perros de los cazadores, a los que deja y con la lengua afuera.
Así, pues, como tenía tiempo para comer, para dormir  escuchar de donde venía el viento, permitió que la tortuga partiese con su lento caminar. Ésta no se hizo repetir la orden y comenzó a andar con su calma habitual, dudando sin embargo de su propia victoria; pero la liebre, que tenía en poco la apuesta considero como un asunto de honor el salir algo más tarde y se puso a mordisquear la hierba y a reposar hasta que vio que su compañera alcanzaba casi la meta de la carrera. En aquel momento la liebre partió como una flecha; pues la tortuga, estirando su largo cuello, tocó el tronco de la encina unos segundos antes que ella, ganando así la apuesta. Se volvió entonces hacia la liebre que la miraba atónita, y le dijo: ¡Bueno! ¿Tenía yo razón o no? ¿De qué te sirve tu velocidad? Soy yo quien ha vencido, y eso que llevo la casa a cuestas.         


fuente: Fábulas de La Fontaine


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